junio 08, 2009

Tormenta





Hay días en que amanezco extasiada. Son días en los que me levanto y me miro al espejo, y mi cuerpo es demasiado pequeño para el tamaño de mi alma. Son días en que yo no soy mi cuerpo, éste sólo es un disfraz, un móvil, un simple contenedor de la energía que me mueve por el universo y es capaz de cambiar hasta el rumbo de un tornado.

Últimamente habían habido muchos de esos días, pero hoy, hoy no fue uno de ellos.

Hay otros días, como el de hoy, en que amanezco asqueada, no se de qué. Son días en los que siento el estómago hecho nudo por una ansiedad que atraviesa mi diafrágma, como extrangulando mi columna vertebral. Luego me levanto, y al asomarme a la ventana descubro un humo negro ocupando el espacio que debía pertenecer al azul cielo. Vomito. Luego me escondo en mi refugio de carne y hueso, que me protege, que nunca en esta vida me abandonará, que acaricia y cubre suavemente mi verdadero ser, que no quiero apartar nunca de mi, a pesar de que el cielo sea negro en horas de azul, o precisamente porque el cielo es negro en horas de azul.

Luego, los árboles enfurecidos me hacen justicia y reclaman su luz, se azotan entre si para provocar un viento cruel que despejará el humo intruso. Y el cielo llora conmovido. Y con ese llanto, las penas se irán hacia el centro de la Tierra, donde serán quemadas por el magma y resurgirán transformadas en dicha, bajo la forma de la vida. Después de eso, mi alma se volverá a desnudar, y volará, nuevamente libre...

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